Algo que nos identifica es el nombre, o cómo nos llamaron nuestros padres al momento de nacer. Influye en ello la cultura de cada pueblo, de manera que no existe un patrón global, veamos los inicios y la manera en que cambian generacionalmente en los hispanoparlantes.

En una mirada al pasado, tenemos a España, país que colonizó a casi toda América, los registros nos llevan al siglo IX, con apellidos procedentes del antecesor en la clase noble, costumbre que se fue extendiendo hacia todos los estratos de la sociedad. Para la segunda mitad del siglo XII se empezaron  a usar términos que designaban el linaje, utilizando el sitio de origen o de señorío (herencia sobre tierras o feudos). Entre los siglos XIV y XVI se utilizó el patronímico como extensión del nombre, en honor a alguien en específico, ejemplo: Domínguez-Domingo, Benítez-Benito, Cervantes-Cervando, Chávez-Chavo, Núñez-Nuño, Ramírez-Ramiro.

En los idiomas árabes y judíos (que influyeron en España varios siglos), colocaban la palabra ben entre los dos nombres, significando “hijo de”: Simón ben Isaac. Un apellido de los primeros en fijarse en España, en el siglo noveno fue “Tel Pérez”, del señorío de Meneses, quien tuvo dos hijos, uno se llamó Tello de Meneses, y el otro Téllez, de donde salieron las dos ramas que ya se mantuvieron hasta la actualidad. No así el caso de que Gonzalo Pérez que tenía un hijo que se llamaría Pero González, y este otro que se llamaría Juan Pérez, y éste a su vez otro que se llamaría Diego Ibáñez, quien a su vez tendría otro llamado Gonzalo Diéguez, haciendo dificilísimo rastrear las familias en los árboles genealógicos, esto por ejemplificarles el lío que significaba.

Inventar los apellidos quizás fue una pista que los españoles tomaron de los antiguos romanos, que usaban nombres y apellidos como ahora, y en América recae sobre los sacerdotes que bautizaban, orientaban y llevaban registros. Los apellidos se multiplicarían de acuerdo a los hijos varones fértiles que daban continuidad al linaje. Una delas formas es que usaban palabras que convertían en apellidos como: apodos, sitios de origen, naturaleza, colores, características físicas notorias, santos, oficios, jerarquías, etc. Ejemplo: Cicerón se llamaba Marcus Tullius Cícero (Cícero significa “garbanzo”), pues tenía una verruga en la nariz. De igual modo, Publius Ovidius Naso (“narigudo”), Qintus Horatius Flaccus, etc. Asimismo los españoles empezaron a colocar apodos después de los nombres, dejando fijo el nombre de la familia de allí en adelante. También existe el cambio de consonantes como la F y la H que afectaron los apellidos Hernández y Fernández, casos que se observan mucho entre México y España.

Nombres y apellidos (Parte I) “Hispanos” 

El orden en los apellidos

Las alteraciones en el orden o el deseo de usar o no un apellido de cualquiera de los padres, son casos revisados y que suceden hasta hoy. Anteriormente hermanos nacidos del mismo padre y madre, podían tener apellidos diferentes, pero a partir del siglo XIX en España y en América hispana se fue imponiendo, primero como uso y después como norma en lo administrativo, legal y militar el sistema de doble apellido, el primer apellido  del  padre y el segundo, de la madre. En Argentina, se usaba solo el apellido paterno, pero a partir de 2006 se homologó con respecto a los demás países hispanohablantes. Sin embargo, se estableció el uso de un solo apellido, de cualquiera de los padres, y opcionalmente el del otro progenitor. ​Por tanto, se ha consolidado en el ámbito hispánico que la identificación formal o nombre de una persona esté compuesto de: nombre de pila (o nombre, pudiendo ser más de uno), apellido paterno y apellido materno, en este orden. Adicionalmente la relación de apellidos propios de cada quien se puede extender al conjunto de los paternos y maternos intercalándolos, es decir, primer apellido de una persona es el primero de su padre, su segundo apellido es el primero de su madre, el tercer apellido es el segundo de su padre, el cuarto apellido es el segundo de su madre, etc. Así una persona puede considerar que tiene tantos apellidos como corresponden a sus antepasados, aunque en los países hispanos se permite solo el registro de dos apellidos.

Desde 1999 la legislación española permite cambiar el orden de los apellidos, de común acuerdo entre los padres, el apellido materno puede anteceder al del padre. Además desde 2017 el apellido de un menor se acordará entre los progenitores, si no hay acuerdo, decide el funcionario.

En Portugal, se usa el mismo sistema, solo que invierten (influencia arraigada en Canarias varios siglos), primero el apellido materno y luego el paterno, se aplica además en Brasil. Mientras que casi todos los países se hereda el apellido paterno. El apellido de la mujer cambia tradicionalmente después de casarse en algunas culturas y pocos países obligan a realizar el cambio; en Venezuela no es obligado usar el apellido del marido.

También existe la posibilidad de unir dos apellidos para formar un apellido compuesto, especialmente cuando el segundo apellido (el que proviene de la madre) no es corriente y no se desea perder. Al unir ambos apellidos en un único apellido compuesto (generalmente con un guión) se asegura que no se perderá al intercalarse con otros apellidos en generaciones posteriores.

Lo que es seguro es que tenemos un nombre, y un apellido, pero no sabemos en qué parte del camino se pudo haber desviado, y seamos el producto de algunas prácticas antes descritas. Mi apellido paterno es “Larreal”, en España y Colombia existe “Larrea”, otro similar es “La Real”, y si aplicamos alguna regla anterior tal vez sea de abolengo o se referirá a ser auténtico. Su origen me arroja a Francia, y se escribe “Larréal”, de manera que las migraciones, expediciones y colonizaciones van llevando de un lugar a otro los apellidos a sitios inimaginados.

Este tema abarca tanta información que vale la pena revisarlo por culturas, para entender un poco que somos un nombre y una familia, pero los apellidos en muchos casos son una incógnita.