El 30 de abril 2021, Venezuela y sus hijos regados por el mundo, rebosan de alegría por la beatificación de un hombre excelente en la fe y sabio en la ciencia. Un médico que vivió la Gripe Española en 1918 y que hoy se honra en medio de otra pandemia que afecta a la humanidad. El trujillano, José Gregorio Hernández Cisneros, exaltado por la iglesia católica como Beato, concreta un viejo anhelo del pueblo.

Nació el 26 de octubre de 1864, es el segundo de siete hermanos del matrimonio de Benigno Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Monsilla, llaneros provenientes de ilustres abolengos cantábricos que llegaron a Venezuela en el Siglo XVIII, y que se refugiaron en el pequeño pueblo de Isnotú, sitio de peregrinación por la magnífica obra de su hijo José Gregorio.

Su padre era un respetado comerciante y su madre, murió cuando apenas cumplía 8 años. Cursó sus primeros estudios en su pueblo natal, y con 13 años fue enviado a Caracas para hacerse Bachiller en Filosofía en 1884; siguió estudios de Medicina hasta 1888, dirigiendo su tesis a “La Doctrina de Laennec y la Fiebre Tifoidea en Caracas”, ambas enfermedades bacterianas que lo enfocaron profesionalmente a esa especialidad.

Heredó de su padre el empeño y dedicación a los estudios, y de su madre la fe y la caridad para el prójimo, por ello al graduarse retornó a Isnotú para sus rurales, mientras aspiraba seguir estudiando en Francia. Sin embargo, sus méritos le merecen el decreto de beca presidencial para estudiar Microscopía, Bacteriología, Histología y Fisiología Experimental.

Se llama José Gregorio Hernández, el médico de los pobres

 

A su regreso en 1891 fundó el Instituto de Medicina Experimental, el Laboratorio del Hospital Vargas y las cátedras de Histología Normal y Patológica, Fisiología Experimental y Bacteriología, siendo la primera que se fundó en América, e impulsó enormemente la ciencia venezolana y perfeccionó el uso del microscopio. Era un erudito y sabio, hablaba inglés, alemán, francés, italiano, portugués, dominaba el latín, era un pianista brillante, filósofo, y poseía profundos conocimientos de teología, además de buen bailarín, se confeccionaba sus propios trajes sin olvidar su religión.

Para 1904, ingresó como Individuo de Número a la Academia Nacional de Medicina, como uno de sus fundadores. En 1909, renunció a sus labores en Venezuela y viajó a Italia por su deseo de servir a Dios, ingresó así al monasterio de la Cartuja, y ahí era Fray Marcelo; pero su salud lo hizo regresar, muy a su pesar, a las aulas de clase.

En 1913, volvió a Roma, reintentando ingresar al Seminario, pero recayó a los 8 meses con un diagnóstico de pleuritis seca. En definitiva, retomaó sus labores académicas y el ejercicio de la profesión, viviendo la epidemia de 1918. Él se transformó en un contemplativo que supo dejar una huella imborrable por su armonía entre ciencia y fe, por la pureza de lo real y no por cualquier valor transitorio. Vivió en el mundo del ambiente materialista, pero supo ser un faro de luz para que todos pudieran ver la misión de los fieles laicos en el mundo, ofreciendo su propia vida al por la paz.

El 29 de junio de 1919, a 31 años de aprobar su examen de grado estaba muy feliz, además la tarde anterior se había firmado en Versalles el tratado que ponía fin a la Guerra. Como siempre, se levantó temprano y rezó el Ángelus, luego fue al templo de la Divina Pastora, escuchó misa y comulgó. Cuando salió fue a cumplir con la tarea: atender y dar aliento diario a sus enfermos más pobres.

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A las 7:30 horas de la mañana, de regreso a casa, desayunó, ordenó su consultorio y verificó la lista de pacientes de aquel día. Al finalizar con ellos, pasó a ver a los niños del Asilo de Huérfanos de la Divina Providencia, y a los enfermos del Hospital Vargas; de vuelta a su hogar cerca del mediodía, María Isolina, su hermana, le dijo que su cuñada Dolores le había enviado como obsequio una jarra de jugo de guanábana, uno de los pocos placeres que se permitía el médico. Bebió dos vasos de aquel rico zumo y se fue a la iglesia de San Mauricio para la contemplación diaria del Santísimo Sacramento. A las 12 en punto, al toque del Ángelus, rezó el Ave María y regresó para almorzar.

Mientras comía recordó a Isolina que les visitarían su hermano Cesar y su sobrino Ernesto, para planear viaje de salud a Curazao. Consumido el almuerzo, Hernández se sentó a reposar en una silla mecedora; a la una y media pasó a visitarlo un amigo para felicitarle por el aniversario de su graduación. Al encontrarle regocijado, el amigo le preguntó curioso:

– ¿A qué se debe que esté tan contento doctor?

– ¡Cómo no voy a estar contento!- Respondió Hernández con un brillo en la mirada – ¡Se ha firmado el Tratado de Paz! ¡El mundo en paz! ¿Tiene usted idea de lo que esto significa para mí?

El amigo lo secundó en entusiasmo y el médico se acercó a él y bajando la voz, le dijo.

– Voy a confesarle algo: Yo ofrecí mi vida en holocausto por la paz del mundo… Ésta ya se dio, así que ahora solo falta…

Un gesto radiante interrumpió su frase, el otro se alarmó un poco por lo que acababa de escuchar pero no imaginó lo cerca que estaba de cumplirse aquella ofrenda.

 

A las 2 p.m., le buscaron para ver a una de sus pacientes, una anciana de escasos recursos  gravemente enferma, salió y en la siguiente esquina entró a la botica para comprar unas medicinas. Una cuadra más abajo aparecía el vehículo Essex de Fernando Bustamante, quien tocó el claxon al tomar el desvío de Guanábano a Amadores. El doctor Hernández salió de la botica y apurado por el estado de la paciente, se dispuso a cruzar la pequeña avenida; se dice que el doctor no pudo ver el carro, ni el conductor vio al peatón, lo golpeó con el guardafangos que lo lanzó varios metros, causándole traumatismo craneal al impactar con la orilla de la acera, fue llevado a la emergencia del Hospital Vargas, pero murió a los pocos minutos. Falleció un 29 de junio de 1919.

Los periódicos de la época titularon la muerte del médico en primera página, se rindieron homenaje por parte del Gobierno, la Universidad, el gremio médico y por parte del pueblo que lo hizo suyo, por tanto amor que el profesó a sus pacientes. El féretro fue llevado en hombros desde el centro de Caracas hasta el Hospital General del Sur.

Milagros

Después de su muerte, su tumba empezó a ser visitada para pedirle al doctor lo que le solicitaba en vida, la necesidad de la población de sentirse apoyada por un poder que está en el más allá, esto dicho en el sentimiento popular. Pero además, los milagros del Dr. Hernández están escritos en su tumba y en el altar del Niño Jesús, donde era su casa familiar en el pueblo de Isnotú, que recibe miles de personas a diario durante todo el año, a pagar promesas y a pedir sus favores. Muchos de ellos no han sido verificados por su carácter tan popular, pero en toda Venezuela, su imagen es venerada entre letrados, católicos y espiritistas.

Se cuentan más de 2100 milagros documentados, y cientos de miles no documentados, pero el más reciente de ellos y aprobado por su intercesión, es el de Yaxury Solórzano, quien fue víctima de la delincuencia y el 10 de marzo de 2017, cuando tenía 10 años de edad, ella y su padre fueron interceptados por delincuentes que le dispararon para robarles, y una bala la alcanzó en la cabeza dejándola gravemente herida, la niña quedaría con discapacidad severa, pero su madre pidió la intercesión del venerable. A los cuatro días de la operación, Yaxury empezó a reaccionar bien y a los 20 días estaba completamente sana, tan sana que acudió como prueba viva de la obra del Beato a los actos solemnes.

Los trámites de beatificación datan de 1948, un año más tarde con la venia del Vaticano se inició formalmente la causa. La devoción continúa creciendo y trascendió los límites del cementerio de donde fue trasladado al altar de la Iglesia de La Candelaria en 1975. Su obra es conocida en muchos países y hasta en Europa, siendo de los pocos Beatos con una fama de santidad tan extendida. Se dice que la parte teológica es mínima comparada con la fuerza que le ha dado el pueblo; 34 años después el Papa Juan Pablo II lo declaró venerable, el Papa Francisco aprobó la beatificación en 2020 y ahora el Beato José Gregorio Hernández no es solo de Venezuela, sino del mundo entero.

José Gregorio Hernández, Venezuela está enferma y pobre, intercede por ella.