Era un 6 de agosto de 1945 cuando un bombardeo estadounidense estalló sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, durante la Segunda Guerra Mundial. Un Boeing B-29 superfortress, al cual llamaron Enola Gay (llamado así en honor a la madre del piloto, el coronel Paul Tibbets), quien llevaba la bomba atómica que bautizaron con el nombre de “Little Boy”, en español Niño Pequeño y en japonés Ritorubōi.

Con un vuelo de 6 horas desde Tinián, una de las tres islas principales de la Mancomunidad de las Islas Marianas del Norte, y que actualmente se encuentra bajo la soberanía norteamericana, fue lanzada la bomba desde una altura de 10,450 más de altura, explotando a las 8:15 am aproximadamente, a una altitud de 600m sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, matando aproximadamente a 140,000 personas.

El coronel Tibbets tras alcanzar tierras japonesas, consideró apropiado anunciarlo a la tripulación, ya que tenían ubicado el lugar elegido para que se preparara con los chalecos antibalas y gafas para el momento de la detonación. Los radares nipones detectaron el escuadrón de bombardeo por vez primera, que traían una velocidad de 328 millas por hora, pero ya no les daría tiempo de contrarrestar el ataque. Los aviones ya con piloto automático decidieron lanzar la bomba al ver el cielo despejado sobre la zona, y a través de la mira, dicho en las notas de Thomas Ferebee, quien fuera el encargado de descubrir el blanco exacto, ya que había estudiado los mapas de Hiroshima reconociendo con facilidad el objetivo, puso en marcha el sistema automático, el cual liberaría la bomba en un minuto.

Con la frase “objetivo perfectamente abierto”, soltó la bomba y el coronel apagó el piloto automático, cubrió sus ojos con las gafas, pero de igual manera no pudo ver nada, ya que una luz brillante empapó el avión con la primera ola de choque. La tripulación sintió golpes de diferentes sensaciones ya que golpearon la nave, al realizar un giro pudieron apreciar los efectos de la explosión, y en seguida la exclamación “¡Dios mío que hemos hecho!.

El coronel Tibbets se volteó hacia el objetivo, y lo que llegó a ver fue la ciudad envuelta en una nube en forma de hongo de alturas impresionantes que daba la sensación que hervía.

La bomba cayó encima de una clínica quirúrgica de Shima, cuya explosión fue de 13 kilotones de TNT, con temperaturas que llegaron alcanzar más de un millón de grados, creando una bola de fuego de 256 m de decímetros; ventanales de edificaciones en un radio de 16 km de distancia explotaron y llegó a sentirse hasta los 59 km. Los habitantes de Hiroshima desaparecieron de la faz de la Tierra de una forma instantánea, sin dejar rastro alguno de su existencia, aquellos que lograron sobrevivir y cuyos recuerdos fueron conocidos luego de 10 años de su detonación, relatan que el sonido fue ensordecedor, algo como un Boong, Boong.

Uno de los testimonios fue Tomiko Morimoto, con apenas 13 años, entre sus recuerdos está el derrumbe de edificios y de que cayera algo húmedo del cielo, como lluvia pero en realidad era aceite, llegando a pensar que los estadounidenses querían acabar con todos y la forma era quemándolos a todos, ya que el fuego los perseguía.

Goichi Oshima, otra sobreviviente que se encontraba a 100 km de distancia, relató que fue un “destello repentino, una explosión que desafiaba toda descripción, luego todo se volvió negro”, y cuando volvió a Hiroshima descubrió una ciudad devastada en su totalidad. Los efectos por la bomba fueron casos de cáncer y efectos secundarios vinieron en aumento, y el número de muertos se incrementó.

A 76 años de la bomba atómica en Hiroshima
Memorial de La Paz de Hiroshima

Cuando la noticia se supo en el mundo la conmoción fue total, ya que el reporte del entonces presidente Truman, anunciaba que el 5 de agosto en los Estados Unidos y 6 de agosto en Japón, el lanzamiento de la bomba había sido todo un éxito. Ya para el 30 de agosto, un grupo de científicos estadounidenses aterrizó en tierra nipona, los pertenecientes al proyecto Manhattan, con el coronel Stafford Warren, quien fuera pionero en medicina nuclear y encargado de la investigación realizada de los efectos de la explosión, apuntaron “son tantas las decenas de miles que es imposible cuantificarlos”, esto referente a las víctimas.

Con el recordatorio de “Dios que hemos hecho”, quedará en la historia cómo el hombre se destruye a sí mismo, solo por ansias y ambición de poder, sin importar lo que destruya a su paso.