Quiero contarles una historia que aún no concluye, sencillamente porque solo el Gran Arquitecto del Universo conoce nuestros finales, a nosotros como transeúntes de la vida nos toca observar, vivir y en consecuencia fluir en eso que llamamos vida. Muy joven me casé y de esa unión nacieron tres niñas, cuando llevaba diez y ocho años de unión, todo cambió y empezó un tortuoso camino de separación, donde mis niñas también sufrieron; sin embargo, ese no es el tema que me ocupa, quiero hoy hablarles de una de mis hijas, la más pequeña, esa que no tenía en mi mapa mental, ya que en mi pensamiento de mujer joven se resistía, ante la premisa de ser responsablemente, teniendo solo los hijos que podemos mantener sanos y felices, ya tenía dos mayores de 9 y 7 años, y al saber su llegada me sentía por un momento extraviada, sin rumbo, desorientada de mi futuro; más la naturaleza es sabia, y esa llegada era necesaria para sus hermanas, para mí y para muchas más personas, porque así es el destino, ese que tenemos marcado antes de llegar a este plano. Su rostro apacible y dulce, no abría los ojos sin sonreír, estaba en mi edad apropiada de 30 años, ya había dejado varias carreras universitarias empezadas y sin concluir con las maternidades, además trabajaba en una turbulencia económica que vivía mi país, habían intervenciones bancarias, muchas personas incluyéndonos estábamos en esas listas de despidos, por eso la infancia de mis hijas transcurrió de mudanza en mudanza, ahora mismo no las sumo pero fueron más de cuatro, ni hablar de los colegios, aquellos cambios inesperados, todo de acuerdo a la necesidad, la capacidad económica y esto incluye a los transportes van y vienen…., desde una posición cómoda a otra esforzada y carente de muchas cosas, pero unidas. Así mismo llegaron eventos en nuestras vidas, unos más alegres, otros más inquietantes y otros que no se borrarán, perdidas materiales que se reponen, pero no así las de personas que amamos.

Aquella niña estaba entre dos aguas, en el amor de ambos padres, ambas familias, pero sin dejar de ser ella, y lo notabas a leguas, porque hacia amigos y amigas, se conectaba con sus ideas y dibujaba modelos estilizadas con trajes largos de fiestas, simulando a las muñecas “Barbie” que tenía como herencia por ser la más pequeña, de sus hermanas mayores y de su prima; ese gusanito creador estaba activado en su chip interno, y apenas me percaté, me convertí en la suplidora de piezas que ella necesitaba, me llamaba al móvil y me pedía: aros metálicos, hebillas, cáncamos, riata, lona unicolor, etc., y salía de encomienda casi a diario, tomaba mi hora de almuerzo a caminar el centro de la ciudad, buscando esas piezas para la niña que hacia bolsos para sus compañeras del colegio, la niña que me esperaba en casa para coser después de la tarea, una niña que se levantaba pensando en una idea fija, un diseño, un modelo, una marca.

De la primaria a los derechos de autor

Emprender es cosa seria. Desde Venezuela a Madrid

Así pasaron los años de primaria y secundaria, ahora contaba con un regalo muy especial, su abuela paterna le obsequió una máquina de coser portátil, eso le permitió ser mas rápida. Ahora era necesario tener una identidad comercial que tampoco fue fácil, porque en la vida encontramos todo tipo de personas, a ella también le toco caerse y volver sobre sus pasos, echar tierrita y llevarse las bases, y empezar un nuevo juego, el juego de su derecho de autor, el de ser aguerrida con sus ideas y el juego de mostrar los dientes y uñas por sus sueños, y así entre rabia y energía nació su marca con su propio nombre, un nombre que nadie le puede quitar, porque se lo dimos en la pila bautismal Emily Bardají.

La marca ya no podía contar con su confección personal, necesitó contratar mano de obra que le garantizara calidad, acabados, resistencia, tiempo de entrega y variedad; mientras tanto ella se formaba como diseñadora profesional a nivel universitario, costeado por su propio esfuerzo y recurso, logrando reforzar aquellas ideas que desde la niñez flotaban en su mente y ahora eran realidad. Formó su propio taller sin éxito pues el país seguía derrumbándose en todo sentido, enviar pedidos al exterior o incluso dentro de la patria era costoso, complicado e inseguro, factores que van disminuyendo las posibilidades de continuar con sus metas.

En este ir y venir de ciudades, entrevistas, pedidos, seguidores, exposiciones, premios como joven emprendedora y pare usted de contar… Emily se enamora y se casa, consigue su alma gemela y emprenden un relanzamiento de la marca más ambiciosamente, tocando confección en Venezuela y Colombia al mismo tiempo, llegando a envíos muy lejanos y haciendo de sus morrales y carteras el accesorio ideal para toda ocasión. Las redes sociales se convierten en un aliado, una ventana para descubrir que su talento es meritorio y que a pesar de las circunstancias del país, el universo conspira para que siga emprendiendo desde cualquier latitud.

Su historia no ha terminado, lo dije al principio; es Dios quien señala todo. Ahora siguió los pasos de sus dos hermanas mayores, pasó por Medellín unos meses pero no le dió suficientes motivos para establecerse, hizo alianzas y puso su mira en Madrid, desde donde trabaja en sus diseños, desde la pausa de una pandemia mundial, asesora otros emprendimientos segura de cada paso, porque ya los vivió y sabe cómo y dónde actuar, pero ahora con la responsabilidad de una señora. Estoy segura que sigue pensando en los 27 hijos que quiere tener, aun me pregunto si serán felinos, caninos, humanos, o modelos de carteras y morrales, después de todo uno “pare” las ideas. Para concluir les digo que el límite te lo pones tú, el límite en tu pensamiento, no existen preferencias, existen vivencias. Luego les contaré otras historias de personas reales, en ciudades reales de las cuales me siento orgullosa.